lunes, 22 de marzo de 2010

En un bar.

Mientras esperaba a una amiga en un bar de mi barrio, lugar peligroso para encontrarse a algún conocido, estoy bebiendo un café y fumándome un cigarro y efectivamente, puntual se me acerca mucho uno que me desnuda con la mirada y al que al cabo de un buen rato le digo: “¿hola?” . Sigue mirándome como buscando algo en mi cara, me señala y me pregunta: perdona pero tú, ¿eres tú? En este punto de la conversación ya me siento como en otro mundo, en una realidad paralela en la que he perdido la memoria en un accidente de tráfico y no reconozco a nadie…. Bueno, supongamos que soy María del Carmen Ortiz Cubo, ama de casa, divorciada con dos hijos. Si, efectivamente, soy yo, María del Carmen Ortiz Cubo soy yo, claro. Así que bajo la mirada de todo el bar le respondo: “Sí mira, te juro que yo, soy yo”.


Se queda pensado mientras me hace un repaso de arriba abajo. Me dice “te recordaba más alta”. Se me cae el cigarro al suelo, la camarera al otro lado de la barra se ríe y le pregunta si quiere algo. Él no responde, me sigue mirando con cara rara como si no terminara de reconocerme, como si fuera yo la que hubiese empezado la conversación. Le respondo: “Siento que te hayas llevado tal desilusión pero esta es mi estatura de siempre”.

Se gira, parece que se va a ir, que ha comprendido que no me conoce. Yo miro a la camarera que sigue ahí mirando. Se acerca el camarero con gesto de “por si acaso” observando con interés al hombre. De pronto se gira y me pregunta: “Bueno y, ¿qué haces aquí?”. Pienso, ¿de qué coño conozco yo a este tipo? Contesto: “Partiendo de que en alguna parte debo estar, si hubieses observado lo que estoy haciendo de la misma forma en la que me has mirado de arriba abajo, te habrías dado cuenta de que me estoy bebiendo un café mientras me fumo un cigarro”. Los camareros se ríen y la pareja de ancianos de al lado también.

El tío de repente parece como que sale de un sueño profundo y me dice: “¿Nos invitas a una copa?”. Los allí presentes se ríen conscientes de la situación pero yo me asusto. Y es que a menos que estemos ante una persona con un problema de carácter gramatical, que no importaría demasiado, si el problema es de personalidad múltiple pues sinceramente, me veía un poco en la mierda. Me quedo callada y un hombre cuarentón con una buena panza y con la facha de alguien que se pasa su vida entera en un bar le dice: “Claro”.

¿Conspiración?

El rarito me mira, yo le miro a él y me dice: “Venga”. Bueno, en vista de que el otro parece dispuesto a invitarle a algo le digo: “Para poder invitarte a algo necesito cómo mínimo, saber qué quieres”. Me mira, le miro y me contesta: “Pensaba que eso ya lo sabías”. “Vale, siento muchísimo darte la segunda atroz desilusión en tan pocos minutos pero hoy, la vidente portátil me la he dejado en casa”.

Él suspira y con cara de “¿tengo que pensarlo todo yo?” va al camarero y le pide un whisky doble. El camarero me mira, yo le miro y le digo que no pienso invitarle. El hombre cuarentón hace un gesto de aprobación y le dice “Sírveselo”.

El rarito coge la copa vuelve a mirarme, yo le miro a él y me dice “Venga”. ¿Venga qué? Pienso yo, y como si me hubiera leído el pensamiento dice: “Invítame”. “Creo que te va a invitar él” digo, señalando al cuarentón. “Además, para poder invitarte necesitaría en primer lugar y como mínimo saber quién eres y en segundo lugar dinero para poder pagarlo”. El tío con un movimiento brusco se gira hacia el cuarentón le da la mano y le dice: Luis, encantado, gracias por la copa. En ese momento –gracias a Dios, al fin- llega mi amiga. Entre saludos y besos no me doy cuenta de lo que ocurre pero cuando me doy la vuelta el rarito y el otro están teniendo una charla bastante amena. ¿De verdad necesitaba darme el coñazo a mí para ligar con el otro?

Dependientas....

El otro día se me acabó la crema de la cara, esa que una se pone debajo del maquillaje. La verdad es que la que había estado utilizando me iba bastante bien pero como soy una zorra con las marcas quería probar algo nuevo y que a ser posible, venga en un tarro bonito –y ya si regalan una bolsa de la marca en miniatura, mejor que mejor-.


Entré en El Corte Inglés –van a tener que pagarme por hacerles tanta publicidad, ¿o eso también lo cobra la SGAE?- y entré en el campo de batalla, la sección de cosméticos. Cuando conseguí esquivar los balazos de colonias baratas y mega ofertas de cremas que te destrozan la cara, al fin vi a una dependienta libre y sin muestras. Estaba de espaldas por lo que sólo podía ver un uniforme horrible y una coleta mal hecha.

“Perdone” digo, con voz de buena persona. Se da la vuelta y veo a Amy Winehouse versión La Cañada Real. A eso añádele tres piercings, roña en el cuello y un postizo evidente.

Intenté no dejarme engañar por las apariencias así que le pregunté por una crema apta para mi tipo de piel: seca, mate y cetrina. Me mira de arriba abajo y me pregunta qué es lo que quiero. Perpleja le vuelvo a explicar que quiero una hidratante que utilizar antes del maquillaje que no sea muy grasa. Me mira, le miro, me hace un repaso de arriba abajo y me dice: “sí”.

Nos quedamos así lo que parece una vida hasta que me pregunta: “ya, pero qué crema quieres”. Me quedo perpleja: “Bueno, lo que quiero es consejo”. Me mira, la miro y me dice: “¿Consejo? De esa no tenemos en esta marca, pregunta en otro mostrador”.

¿Me estaba vacilando? ¿Era nueva? ¿O gilipoyas?
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