miércoles, 29 de septiembre de 2010

¡Premio! Pero no es dinero...

Goibniu de Postales desde el Sur me otorga este premio. Muchas gracias por tan honrosísima distinción, me siento muy halagada. ¡Gracias!


Quiero también dar las gracias a mi estilista, mi peluquero y mi shopping assistance. Y cómo no, a alguien a quien se lo debo todo, mi manager.

No, bueno; en realidad las personas que consiguen que este blog mío exista son reales, aquéllos que me rodean y tienen conversaciones absurdas, ocurrencias geniales e ideas descabelladas pero maravillosas. Y por supuesto los que estáis al otro lado, los que de vez en cuando os bebéis un café conmigo y alimentáis esto con vuestra ciber-presencia y comentarios.

También quiero pedir por la paz en el mundo, el final de las guerras, por el uso de “mapa-munis” en todo el planeta y por la erradicación de la confusión que nos acecha desde la era de Confucio.

Otra vez Goibniu, gracias, me ha hecho muchísima ilusión.

Las reglas son las siguientes:

1- Guarda la imagen y posteala en tu blog.
2- Pasa este premio a 12 bloggers.
3- Pon un link a los nominados.
4- Haz saber a los nominados que han recibido este premio comentando en sus blogs.
5- Comparte tu aprecio y pon un link al blog de la persona de la que recibiste este premio.

Los siguientes son los premiados:

Undermind V3 de .Undermind V3, porque me hace reír y porque Kurt Cobain me lo ha pedido. Tienes enchufe, amigo.


Fiebre de Ofú…ahora un blog. Una rubia inteligente más salá que el mar con mucho que decir.

Pilar de Abalorios por sus magníficas reflexiones y sus palabras justas. La sensatez encarnada, vaya. Y además ésas campanillas… da gusto leerte.

ëLMÍN por La ola encendida  maravillosas fotos que me transportan a los lugares que retrata… y que consiguen hacerme morir de envidia.

Sofía Haltrup de The frustated picture  por relatarnos historias con sus fotos y por esa dulce inocencia que a mí personalmente me transmite.


Prometeo de Personas, viajes, música, miradas, lecturas… por magníficos textos con los que muchísimas veces me identifico. Geniales palabras.

 La gata por Diario de una gata en la ciudad Su blog es magnífico para reír y practicar el humor felino. 

Molinos por Cosas que (me) pasan. Porque me encanta su humor, sus historias y porque es una madraza. No paro de reírme con sus entradas.

Fashión con acento porque desde que la leo parece que sé vestir mucho mejor…

IFS de Preguntas en el aire Por preguntona y porque me río mucho con ella.

Aitor de M&M que acaba de empezar. Un tipo que sabe de lo que habla: música. Si la música os gusta os encatará.

Esthertxu por Si me lo cuentan no me lo creo que me encanta porque coincido en muchas opiniones y porque me hace reír muchísimo. 


¡Un fuerte abrazo a todos!

viernes, 24 de septiembre de 2010

Más claro imposible.

- Ve al grano.
- Pues vamos a hacerlo; total, todo termina ahí.
- ¡Ah! O sea que nuestra relación se reduce a eso, ¿no?
- No, si reducido eso, está…
(Entendido eso por sexo)

 

lunes, 20 de septiembre de 2010

N=7

El otro día ordenando me encontré con una libretita de ésas de colorines, con una espiral y las hojas cuadriculadas. Una libreta de ésas que las adolescentes se compran para que sus amigos se las llenen de dedicatorias (en mi época se llevaba). Como yo era anti-social y no tenía amigos me dediqué a escribir chorradas. Entre ellas una lista de “los chicos de mi vida” y algunas líneas escritas sobre ellos. Quería ser novelista, -con trece años me leí Lo que el viento se llevó y la novela rosa hace mella desde muy corto plazo- y quería escribir sobre mis historias románticas pero por lo que he ido leyendo en el cuadernillo, no duraban lo suficiente como para escribir si quiera una página. Las hay hasta de una línea.

El caso es que de entre las anécdotas hay una especial. No me voy a poner romántico-empalagosa, lo prometo.

Es el número 7 de mi lista (reconozco que me resulta un poco vergonzoso contar esto, pero merece la pena) y se llama N. Empecé con él cuando aún no había dejado al anterior (que también tiene el número siete en mi lista) y mientras me lo pasaba en grande con un alemán que conocí en la playa (número siete también por la coincidencia de fechas, claro está). Por aquellos tiempos (hará unos siete años) yo era una adolescente menudita, flacucha y sin acné (creo que destacaba entre los de mi edad por lo último), una de esas chicas a las que llamaban nadadoras (nada por delante, nada por detrás…me temo que este adjetivo aún me califica).

N era muy pesado. Me llevaba un par de años y con esas edades las diferencias mentales se notan mucho. Él quería hacer cosas que yo no y de tanto insistir me cansé de él. Le dejé por primera vez al mes de estar juntos. Por lo visto estaba tan coladísimo que lloró y consiguió incluso que su hermano me llamase por teléfono para intentar convencerme de que volviera con él. Y le hice caso. Pasamos una semana estupenda juntos (pero separados, porque no nos vimos) y a la siguiente semana ya me había cansado de él (me gustaba otro) Así que le volví a dejar. Esta vez el pobre cayó en lo más hondo y me llamaba tres veces diarias (una después de cada comida, como si hablar conmigo fuese algún tipo de medicamento recetado por algún médico de verdad muy cabrón) y yo siempre le daba largas. Las llamas consistían en él diciéndome lo fantástica que era, que me quería, que quería volver conmigo, que me iba a esperar, que bla bla bla azúcar glas. Mientras yo callada como una perra resoplando cada dos minutos y hablando por el Messenger (estaba enganchadísima, como todos los de mi edad).

Un día de esos que me llamó mi madre cogió el teléfono fijo, me pegó un grito para que cogiese el otro teléfono y yo desganada como nunca cogí el inalámbrico. Ya podéis imaginaros lo que pasó. Después de ¡una hora! pegada al teléfono por fin conseguí colgar. Mi madre entonces pregunta:

- ¿Quién era?

A lo que yo, con un cabreo impresionante y a grito pealo’ contesto:

- ¿Pues quién va a ser? El pesao’ de N, que no me deja en paz, estoy hasta la coronilla de él, no lo aguanto más, si me vuelve a llamar le mato, lo juro le mato. Tengo ganas de meterle sus cartitas y el teléfono por donde le quepan y no estoy hablando precisamente de la bocaza esa que tiene. Mamá, consígueme una orden de alejamiento, por favor.

Fue entonces cuando me di cuenta de que el teléfono fijo estaba descolgado.

Sí, lo había escuchado todo. No me volvió a llamar. Y en verdad fue una liberación. Eso sí, estuvo hablando mal de mí hasta que mi mejor amiga de entonces se lió con él (eso es una amiga de verdad) y el tío dejó en paz mi reputación durante un tiempo.

Hace unos meses le vi en el autobús con su nueva novia. Me estaba poniendo a parir. Tengo curiosidad por saber qué le decía a ella de mí.

Desde aquí le envío a N un saludo y le animo a que deje el rencor de lado y de paso me deje a mí en paz. Y también os recomiendo a todos aseguraros de que el teléfono está bien colgado.




lunes, 13 de septiembre de 2010

Ruegos y preguntas II. El cable del teléfono.

¿Alguien puede explicarme qué función tiene que el cable del teléfono lleve rizos?

Me pone enferma. El otro día le dió por una de mis pulseras, haciendo saltar todos sus avalorios por el aire, esparciéndose por el salón mientras yo atendía al teléfono y observaba la escena angustiada sin nada que pudiese hacer... más que intentar mirar donde caían todas y cada una de las bolitas de mi pulsera (obviamente imposible, sólo tengo dos ojos) y hacer movimientos raros para espantar al gato y evitar que se las comiera; todo esto claro, mientras el cable que no hacía su función y en vez de estirarse para permitirme cierta movilidad, se encogía enredándose sobre sí mismo hasta que finalmente el teléfono se cayó al suelo. No me dijeron la hora de la entrevista. Acabé llorando, por si alguno lo dudaba.


No me critiquéis, no soy pintora ni dibujante, sólo una simple aficionada...

domingo, 12 de septiembre de 2010

Ruegos y preguntas.

¿Será posible que yendo al cine -a ver una peli cuyas entradas ya he comprado con antelación- en el metro se me siente al lado una pareja dicutiendo sobre el film y me desvele el final?

Ruego no se hable de películas en el metro. O que si se hace, se haga en voz baja. Gracias por joderme la peli.

sábado, 4 de septiembre de 2010

London IV

El tío entra, diría que hasta la cocina si hubiera, pero hasta el momento no había ninguna a la vista. Tal vez detrás de alguna de las quince puertas que había en la séptima planta habría alguna.


Me dice que al día siguiente por la mañana me espera abajo a las 8, que me tienen que hacer una prueba de nivel. Le explico que yo creía que la prueba era en la escuela, allá por la otra punta de la ciudad. El tío me mira con cierta lástima, como si yo fuese tonta y no me enterase de nada. Me da las buenas noches y se va.

Entonces observo la habitación. No es muy pequeña pero tiene moqueta. Temperatura perfecta. Abro la maleta y saco el pijama; trato de medio-instalarme es decir, sacar lo indispensable como para dormir tranquila. Abro el armario (tamaño taquilla de gimnasio cutre) para colgar mi sudadera y… ¡no hay perchas! Perfecto. La dejo en la silla (increíblemente tapizada diría que con lo que les sobró de la moqueta del suelo).

A las seis y media me despierto con una solera impresionante –en Londres sólo sale el sol por las mañana, para joder a los que queremos dormir, porque encima allí no saben lo que es una persiana- y voy directa al baño-ducha. No hay plato de ducha, sino un desagüe en medio de un cuartucho oscuro de plástico, se parece a esos que ponen en las fiestas de los pueblos o en las obras. Cierro la cortinilla de la ducha y el WC se queda dentro. A los londinenses les gusta aprovechar el tiempo, deduzco; ¿serán capaces esos hombres de hacer dos cosas a la vez?

Media hora después aún no había conseguido templar el agua. O salía congelada o salía ardiendo. Perfecto para mi circulación, esto es mejor que las cremas de 200 euros de frío-calor. Lloro de la desesperación.

Llego abajo (tarde) sin desayunar, muerta de hambre, de frío y con una especie de resaca. El chico no está. Espero media hora. Seguro que su ducha no tiene WC, pobre. Llega con un grupo de chicas altas, rubias, de ojos claros y de piernas perfectas. Rusas de no más de quince años. Nos saca de la residencia –y yo pensando en el desayuno…- y nos hace caminar diez minutos hasta otro edificio. Allí entramos en el restaurante de la universidad. Huele a mantequilla, perfecto, vamos a comer. Las rusas se beben un té y listo. Me están esperando así que sólo me da tiempo de beber un café. Nos dice que el aula de la prueba de nivel para los de aec es la 15. Yo le digo que no soy de aec, que se lo dije anoche, que mi escuela está en la otra punta de la ciudad. Le enseño mi carpeta con trococientos papeles que se lo explican y se pone rojo como un tomate. Me dice que le siga, que ha habido un error. Me lleva al metro de London Bridge y me dice que tengo que ir Finchley Road, que allí coja una calle, luego otra y bla bla bla, habré llegado a mi escuela. Yo flipo. Si lo sé desayuno tranquilamente. Malditas rusas.

Dos horas más tarde (una hora de metro y otra caminado) llego a mi destino a punto de desmayarme. Afortunadamente allí fue todo bien….

A las dos del mediodía me dejan libre. Mierda, ahora tengo que volver. Me pierdo en el metro. Me pierdo al salir del metro y me parece mentira haber llegado a la residencia. Me pierdo en la residencia. No recordaba nada de la noche anterior, no sabía cuál era mi edificio, ni qué puertas tenía que abrir. Desesperación. Vuelvo a la recepción, explico mi problema y el señor (distinto del de la noche anterior) no me entiende. Yo estoy convencida de que no quiere entenderme. Intento recordar y media hora después consigo entrar en la habitación. Por fin.

Intento conectarme a internet, no puedo. El estómago me ruge. Salgo a la calle y encuentro un TESCO express (que estoy convencida se llama así porque la comida caduca express). Vuelvo y entonces me doy cuenta de que no sé dónde está la cocina. Guardo las cosas en la neverilla que tengo en mi habitación (las he visto más grandes en los botellones, lo juro) y me hago un sándwich. Tengo que recordar el edificio al que fuimos por la mañana, allí es donde tengo que cenar… mierda, no sé dónde está. Pregunto en recepción, dicen que eso no es de su competencia. Flipo. Lloro.

Me voy a cenar a un Burguer King. Voy a engordar. Lloro.

De vuelta a la habitación intento abrir las ventanas. Sólo podían inclinarse hacia atrás, no abrirse de par en par. No puede ser que estén rotas porque pasa lo mismo en las dos. Entonces veo una pegatina que explica que están bloqueadas. Bajo a fumarme un cigarro a la zona de los “viciosos y drogadictos” y allí conozco a una chica italiana. Le pregunto por internet y no sabe, le prgunto por las ventanas y me dice que es para que la gente no se suicide. ¿¡Cómo!? En Londres no sólo están obsesionados con el fuego, sino también con los suicidios. En el metro hay mamparas de cristal para que la gente no se tire a las vías. En ese país tiene pánico a la muerte. Entiendo que la gente se suicide en un país en el que siempre llueve, sólo comen mantequilla, no tienen jamón serrano y pierden a todos los deportes. Pero no entiendo la paradoja del pánico al fuego y colocar moqueta hasta en las paredes.

Poco a poco fui descubriendo los entresijos de mi residencia. De mil personas yo era la única española. Durante dos semanas no tuve con quién hablar porque la italiana se marchó y los rusos no me hablaban. Los japoneses estaban demasiado ocupados con sus cachivaches como para hacerme caso. Los del personal eran antipáticos. El chico guapo ligaba con las rusas. Lloro.

Además el pan de molde caducaba a los tres días, había tijeretas en mi habitación y una noche algo me hacía cosquillas en las piernas mientras dormía: una araña roja, no muy grande pero ¿a quién le gusta tener una cosa así en sus piernas mientras duerme? No había agua templada y la cocina la encontré a las dos semanas eso sí, vacía. Ni una triste sartén. Ni un triste vaso. Así que me anglosajonicé y comí sándwiches todos los días. Menos para la cena, que encontré dónde al tercer día de mi llegada.

Por fortuna conocí a gente en la escuela y salía con ellos a diario. Además tenía un encantador pub inglés donde servía sidra negra en grandes cantidades y dónde trataba de ahogar mis penas. En la sidra negra flotan.

Pero no todo fue horrible, sobre todo a partir de la segunda semana, cuando conocí a los actores de Luisiana y al médico de Glasgow. Además la cocina era inútil pero tenía unas vistas maravillosas....


jueves, 2 de septiembre de 2010

London III. Una introducción.

Ya os dije que tendría que hablar de Ella en alguna ocasión y no precisamente por merecérselo. Mi residencia, el lugar donde he vivido durante un mes, donde he intentado pasar el menor tiempo posible y cuyo estado era suficiente escusa para salir de fiesta. Esto no es más que una introducción, conste, para que vayáis viendo por dónde va mi drama...

Me encontraba en Borough, a una parada de metro y a un mínimo de 15 libras en taxi de la estación de London Bridge (zona uno, sí señor, cuántos lo desearían). También a una parada de metro de Elephants and Castle y no sé el precio del taxi porque nunca conseguí pillar uno allí. Supongo que el hecho de que fuese uno de los peores barrios de Londres tendrá algo que ver, pero no estoy segura, los ingleses son raros hasta en cuestiones delictivas.

Mi avión salió el domingo 4 de julio de Madrid a las 22 horas para aterrizar en Gatwick a las dos de la mañana del día 5. Vaya que se retrasó un poquito, todo dentro de lo normal. La maleta llegó conmigo, algo no tan normal… Al salir, una chica joven me esperaba con mi nombre escrito en colores fluorescentes y a la vista de todos. Me dio vergüenza, me sentía observada. Era turca y yo no entendía casi nada de lo que me decía. Me hizo ir de la terminal A a la B, de la B a la A y de la A a la B otra vez hasta que encontramos al conductor que me llevaría a mi residencia. Bueno, sólo he tenido que cargar con una maleta que pesa trece kilos menos que yo de una terminal a otra durante una hora mientras la turca me chista (por cierto, chistan muy raro, les suena como el aparato ese de los dentistas que te absorbe la baba…) para que me diese más prisa. No pasa nada, ya llego.

El conductor se pierde. Mierda. Las tres y media, mañana tengo que levantarme a las ocho. El conductor por cierto también turco. Por un momento empecé a pensar que me había confundido de avión pero luego vi que conducían por el lado que no era y el terror se me pasó. Pasamos por el reloj, el otro reloj, el otro y el otro también (a los ingleses les gusta poner relojes por todas partes para que no se les pase la hora del té); el conductor se empezó a mosquear y empezó a emitir unos ruiditos muy raros… parecido a chasquear la lengua, sólo que sonaba un poco más aguado. Pasamos el puente de la torre y unos minutos después el coche para en una calle ancha, desierta y oscura. Me dice que es ahí en un inglés prácticamente incomprensible. Se baja del coche, me bajo yo y me abre el maletero… y se queda ahí de pié con los brazos cruzados y mirándome. Deduzco que pasa de ayudarme a bajar la maleta. Lo hago yo sola e intento rayarle el coche con ella. Me señala la puerta y por fin parece que veo algo que me gusta. Entro….

Un hombre de color está sentado en la recepción. Le saludo, me saluda y con una sonrisa pícara me pregunta qué quiero.

- QKS86543rle BL ¡!???

- What do you want?- me vuelve a preguntar, como si no hubiese tenido suficiente con la primera impresión…

Pienso no sé, llego a las cuatro de la mañana aquí con una maleta más grande que tu mesa de recepcionista, con unas ojeras que me llegan hasta el ombligo, despeinada y con chanclas. Si te parece vengo a quitar mierda de la moqueta. Seguro que es nuevo.

- … supongo que la llave de mi habitación.

El hombre se ríe. Coge el teléfono y llama a alguien. No entiendo nada de lo que dice. Joder no he empezado ni el proceso de adaptación y ya tengo problemas. Me dice que me siente. Le hago caso. Con mis ansias de aprender decido coger los folletos turísticos que hay esparcidos por la mesita (sucia). El hombre me empieza a hablar. Me cuenta un chiste sobre franceses que no entiendo y al ver mi cara me pregunta que de dónde soy. Al final entabla conversación conmigo y después de ¡una puta hora! llega un hombre. Rubio, ojos claros, delgado pero fuerte… vaya, un pedazo de cacho de trozo de tío. Al parecer los ingleses se aburren mucho porque este también tiene ganas de charlar. Me hace millones de preguntas, cada cual más personal. Pongo cara de “ya vale” pero no funciona. Bostezo y por fin parece que se da cuenta. Son las cinco menos veinte Es muy útil tener relojes en todas partes. El tío dice que me acompaña a la habitación. Saco el móvil y dejo el número de AA preparado. Entro en una espiral paranoica terrible, pienso en la película de Hostel, me dan sudores fríos. Le sigo por un pasillo de moqueta, salimos a un patio, me hace bajar unas escaleras y por supuesto el gentleman no me ayuda con la maleta, no, ¿¡para qué!? Se queda mirándome desde el piso de abajo esperando a ver de brazos cruzados cómo la maleta termina rodando por los cinco últimos escalones con una de mis chanclas enganchada en una rueda (por cierto que al día siguiente vi un puñetero ascensor allí mismo que funcionaba…).

En el patio hay diez puertas. Es de noche y no veo nada. Va abriendo millones de puertas, de esas que se bloquean en los incendios y pesan una barbaridad (están absolutamente obsesionados con el fuego…) y por fin llegamos a mi habitación…
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