sábado, 4 de septiembre de 2010

London IV

El tío entra, diría que hasta la cocina si hubiera, pero hasta el momento no había ninguna a la vista. Tal vez detrás de alguna de las quince puertas que había en la séptima planta habría alguna.


Me dice que al día siguiente por la mañana me espera abajo a las 8, que me tienen que hacer una prueba de nivel. Le explico que yo creía que la prueba era en la escuela, allá por la otra punta de la ciudad. El tío me mira con cierta lástima, como si yo fuese tonta y no me enterase de nada. Me da las buenas noches y se va.

Entonces observo la habitación. No es muy pequeña pero tiene moqueta. Temperatura perfecta. Abro la maleta y saco el pijama; trato de medio-instalarme es decir, sacar lo indispensable como para dormir tranquila. Abro el armario (tamaño taquilla de gimnasio cutre) para colgar mi sudadera y… ¡no hay perchas! Perfecto. La dejo en la silla (increíblemente tapizada diría que con lo que les sobró de la moqueta del suelo).

A las seis y media me despierto con una solera impresionante –en Londres sólo sale el sol por las mañana, para joder a los que queremos dormir, porque encima allí no saben lo que es una persiana- y voy directa al baño-ducha. No hay plato de ducha, sino un desagüe en medio de un cuartucho oscuro de plástico, se parece a esos que ponen en las fiestas de los pueblos o en las obras. Cierro la cortinilla de la ducha y el WC se queda dentro. A los londinenses les gusta aprovechar el tiempo, deduzco; ¿serán capaces esos hombres de hacer dos cosas a la vez?

Media hora después aún no había conseguido templar el agua. O salía congelada o salía ardiendo. Perfecto para mi circulación, esto es mejor que las cremas de 200 euros de frío-calor. Lloro de la desesperación.

Llego abajo (tarde) sin desayunar, muerta de hambre, de frío y con una especie de resaca. El chico no está. Espero media hora. Seguro que su ducha no tiene WC, pobre. Llega con un grupo de chicas altas, rubias, de ojos claros y de piernas perfectas. Rusas de no más de quince años. Nos saca de la residencia –y yo pensando en el desayuno…- y nos hace caminar diez minutos hasta otro edificio. Allí entramos en el restaurante de la universidad. Huele a mantequilla, perfecto, vamos a comer. Las rusas se beben un té y listo. Me están esperando así que sólo me da tiempo de beber un café. Nos dice que el aula de la prueba de nivel para los de aec es la 15. Yo le digo que no soy de aec, que se lo dije anoche, que mi escuela está en la otra punta de la ciudad. Le enseño mi carpeta con trococientos papeles que se lo explican y se pone rojo como un tomate. Me dice que le siga, que ha habido un error. Me lleva al metro de London Bridge y me dice que tengo que ir Finchley Road, que allí coja una calle, luego otra y bla bla bla, habré llegado a mi escuela. Yo flipo. Si lo sé desayuno tranquilamente. Malditas rusas.

Dos horas más tarde (una hora de metro y otra caminado) llego a mi destino a punto de desmayarme. Afortunadamente allí fue todo bien….

A las dos del mediodía me dejan libre. Mierda, ahora tengo que volver. Me pierdo en el metro. Me pierdo al salir del metro y me parece mentira haber llegado a la residencia. Me pierdo en la residencia. No recordaba nada de la noche anterior, no sabía cuál era mi edificio, ni qué puertas tenía que abrir. Desesperación. Vuelvo a la recepción, explico mi problema y el señor (distinto del de la noche anterior) no me entiende. Yo estoy convencida de que no quiere entenderme. Intento recordar y media hora después consigo entrar en la habitación. Por fin.

Intento conectarme a internet, no puedo. El estómago me ruge. Salgo a la calle y encuentro un TESCO express (que estoy convencida se llama así porque la comida caduca express). Vuelvo y entonces me doy cuenta de que no sé dónde está la cocina. Guardo las cosas en la neverilla que tengo en mi habitación (las he visto más grandes en los botellones, lo juro) y me hago un sándwich. Tengo que recordar el edificio al que fuimos por la mañana, allí es donde tengo que cenar… mierda, no sé dónde está. Pregunto en recepción, dicen que eso no es de su competencia. Flipo. Lloro.

Me voy a cenar a un Burguer King. Voy a engordar. Lloro.

De vuelta a la habitación intento abrir las ventanas. Sólo podían inclinarse hacia atrás, no abrirse de par en par. No puede ser que estén rotas porque pasa lo mismo en las dos. Entonces veo una pegatina que explica que están bloqueadas. Bajo a fumarme un cigarro a la zona de los “viciosos y drogadictos” y allí conozco a una chica italiana. Le pregunto por internet y no sabe, le prgunto por las ventanas y me dice que es para que la gente no se suicide. ¿¡Cómo!? En Londres no sólo están obsesionados con el fuego, sino también con los suicidios. En el metro hay mamparas de cristal para que la gente no se tire a las vías. En ese país tiene pánico a la muerte. Entiendo que la gente se suicide en un país en el que siempre llueve, sólo comen mantequilla, no tienen jamón serrano y pierden a todos los deportes. Pero no entiendo la paradoja del pánico al fuego y colocar moqueta hasta en las paredes.

Poco a poco fui descubriendo los entresijos de mi residencia. De mil personas yo era la única española. Durante dos semanas no tuve con quién hablar porque la italiana se marchó y los rusos no me hablaban. Los japoneses estaban demasiado ocupados con sus cachivaches como para hacerme caso. Los del personal eran antipáticos. El chico guapo ligaba con las rusas. Lloro.

Además el pan de molde caducaba a los tres días, había tijeretas en mi habitación y una noche algo me hacía cosquillas en las piernas mientras dormía: una araña roja, no muy grande pero ¿a quién le gusta tener una cosa así en sus piernas mientras duerme? No había agua templada y la cocina la encontré a las dos semanas eso sí, vacía. Ni una triste sartén. Ni un triste vaso. Así que me anglosajonicé y comí sándwiches todos los días. Menos para la cena, que encontré dónde al tercer día de mi llegada.

Por fortuna conocí a gente en la escuela y salía con ellos a diario. Además tenía un encantador pub inglés donde servía sidra negra en grandes cantidades y dónde trataba de ahogar mis penas. En la sidra negra flotan.

Pero no todo fue horrible, sobre todo a partir de la segunda semana, cuando conocí a los actores de Luisiana y al médico de Glasgow. Además la cocina era inútil pero tenía unas vistas maravillosas....


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