jueves, 2 de diciembre de 2010

Un coche, una mierda de perro y una caldera que explota. Más o menos...

Sigo aquí no he abandonado. He tenido una semana terrible enfadada con el mundo así que he evitado escribir para no herir sentimientos.

Todo empezó la mañana del domingo cuando andando hacia cierto maravilloso parque de Madrid con mi tabla de long pisé algo. Primero sonó como una corteza al crujir luego como una masa blanda y pringosa. Efectivamente, era una mierda de perro. Y era tan grande que casi me pringo hasta los pantalones. Me acordaré del desgraciado cretino del dueño de ese perro toda mi vida, en serio.

Por la tarde tenía ensayo con el grupo. Habíamos quedado en el local a las 19.00 horas. Élmismoperomío y yo salimos de casa tres cuartos de hora antes. A los cinco minutos el coche se quedó parado en una calle de un solo carril por donde pasa cierto autobús sin número denominado "la guarra" "camioneta" y que yo he apodado "apisonadora". Un Smart, vale. Yo no tengo el carnet así que Élmismoperomío tenía que quedarse al volante. Yo sola intento empujar el coche... cuesta arriba. Por muy pequeño que sea ese coche pesa un cojón y si encima dentro está tu novio el cual pesa dos veces y media más que tú es imposible. De pronto hay 20 coches detrás pitando y soltanto improperios a punta pala. Él ni si quiera se baja del coche, las explicaciones las doy yo. Dice que pasa de la gente, que se jodan.

Entonces llega la apisonadora con veinte tiarrones dentro. Entre las veinte personas de los coches que pitaban, los veinte del autobús, el conductor del mismo y los cinco que salieron de un bar para mirar a nadie se le ocurrió lo que hubiese sido una brillante idea: ayudarme a empujar el coche. No, de hecho tuve que llamar a mi madre por teléfono para que viniese ella a echar una mano. Élmismoperomío y yo empujamos ellas conduce. De pronto los coches descubren que pueden tirar por otra calle para llegar a su destno. Una tía me confunde con cierto autobús si número (con el primero de sus apodos para ser exactos) y una vez la zona parece despejada un gilipollas (lo siento pero no hay más palabras) viene a toda pastilla hacia nosotros y para en seco justo dentrás de mi trasero. Ese día perdí tres kilos.

No, no llegamos a tiempo al ensayo. A veces salir antes no aporta nada.

Después llegó el lunes. Ya por sí sólo es un día malísimo. Andaba yo con mis converse y pisé un enorme charco. Por algún motivo que desconozco mis pantalones cuado se mojan un poco en el bajo acaban chupando agua hasta las rodillas. Así que me pasé el día entero mojada. (Me juego lo que sea a que mañana llega uno a mi blog buscando algo con "mojada" que no es precisamente el sentido que yo le quiero dar ni por asomo, pero así funciona internet). Además la sala de baile donde trabajo se inundó porque la caldera estalló así que tuve que mudarme al teatro con veinte niñas de 6 años detrás de mí. Me da miedo que se tiren al vacío y tuve que cambiar toda la programación.

El martes me desperté con un tirón en el cuello que no me permitía mover la cabeza hacia ningún lado. Y el miércoles ante mi ansiedad, me gasté una friolera cantidad de compras. Además me he gastado una pasta entre tabaco y golosinas. Yo nunca he sido golosa (otra palabra de estas y tendré que poner límite de edad para leer mi blog) pero esta semana tenía la necesidad de inflarme a azúcar y grasas saturadas.

Hoy me voy de viaje. Y mañana a Sierra Nevada ¡por fin!.
Rezad por mí...
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