Ya os dije que tendría que hablar de Ella en alguna ocasión y no precisamente por merecérselo. Mi residencia, el lugar donde he vivido durante un mes, donde he intentado pasar el menor tiempo posible y cuyo estado era suficiente escusa para salir de fiesta. Esto no es más que una introducción, conste, para que vayáis viendo por dónde va mi drama...
Me encontraba en Borough, a una parada de metro y a un mínimo de 15 libras en taxi de la estación de London Bridge (zona uno, sí señor, cuántos lo desearían). También a una parada de metro de Elephants and Castle y no sé el precio del taxi porque nunca conseguí pillar uno allí. Supongo que el hecho de que fuese uno de los peores barrios de Londres tendrá algo que ver, pero no estoy segura, los ingleses son raros hasta en cuestiones delictivas.
Mi avión salió el domingo 4 de julio de Madrid a las 22 horas para aterrizar en Gatwick a las dos de la mañana del día 5. Vaya que se retrasó un poquito, todo dentro de lo normal. La maleta llegó conmigo, algo no tan normal… Al salir, una chica joven me esperaba con mi nombre escrito en colores fluorescentes y a la vista de todos. Me dio vergüenza, me sentía observada. Era turca y yo no entendía casi nada de lo que me decía. Me hizo ir de la terminal A a la B, de la B a la A y de la A a la B otra vez hasta que encontramos al conductor que me llevaría a mi residencia. Bueno, sólo he tenido que cargar con una maleta que pesa trece kilos menos que yo de una terminal a otra durante una hora mientras la turca me chista (por cierto, chistan muy raro, les suena como el aparato ese de los dentistas que te absorbe la baba…) para que me diese más prisa. No pasa nada, ya llego.
El conductor se pierde. Mierda. Las tres y media, mañana tengo que levantarme a las ocho. El conductor por cierto también turco. Por un momento empecé a pensar que me había confundido de avión pero luego vi que conducían por el lado que no era y el terror se me pasó. Pasamos por el reloj, el otro reloj, el otro y el otro también (a los ingleses les gusta poner relojes por todas partes para que no se les pase la hora del té); el conductor se empezó a mosquear y empezó a emitir unos ruiditos muy raros… parecido a chasquear la lengua, sólo que sonaba un poco más aguado. Pasamos el puente de la torre y unos minutos después el coche para en una calle ancha, desierta y oscura. Me dice que es ahí en un inglés prácticamente incomprensible. Se baja del coche, me bajo yo y me abre el maletero… y se queda ahí de pié con los brazos cruzados y mirándome. Deduzco que pasa de ayudarme a bajar la maleta. Lo hago yo sola e intento rayarle el coche con ella. Me señala la puerta y por fin parece que veo algo que me gusta. Entro….
Un hombre de color está sentado en la recepción. Le saludo, me saluda y con una sonrisa pícara me pregunta qué quiero.
- QKS86543rle BL ¡!???
- What do you want?- me vuelve a preguntar, como si no hubiese tenido suficiente con la primera impresión…
Pienso no sé, llego a las cuatro de la mañana aquí con una maleta más grande que tu mesa de recepcionista, con unas ojeras que me llegan hasta el ombligo, despeinada y con chanclas. Si te parece vengo a quitar mierda de la moqueta. Seguro que es nuevo.
- … supongo que la llave de mi habitación.
El hombre se ríe. Coge el teléfono y llama a alguien. No entiendo nada de lo que dice. Joder no he empezado ni el proceso de adaptación y ya tengo problemas. Me dice que me siente. Le hago caso. Con mis ansias de aprender decido coger los folletos turísticos que hay esparcidos por la mesita (sucia). El hombre me empieza a hablar. Me cuenta un chiste sobre franceses que no entiendo y al ver mi cara me pregunta que de dónde soy. Al final entabla conversación conmigo y después de ¡una puta hora! llega un hombre. Rubio, ojos claros, delgado pero fuerte… vaya, un pedazo de cacho de trozo de tío. Al parecer los ingleses se aburren mucho porque este también tiene ganas de charlar. Me hace millones de preguntas, cada cual más personal. Pongo cara de “ya vale” pero no funciona. Bostezo y por fin parece que se da cuenta. Son las cinco menos veinte Es muy útil tener relojes en todas partes. El tío dice que me acompaña a la habitación. Saco el móvil y dejo el número de AA preparado. Entro en una espiral paranoica terrible, pienso en la película de Hostel, me dan sudores fríos. Le sigo por un pasillo de moqueta, salimos a un patio, me hace bajar unas escaleras y por supuesto el gentleman no me ayuda con la maleta, no, ¿¡para qué!? Se queda mirándome desde el piso de abajo esperando a ver de brazos cruzados cómo la maleta termina rodando por los cinco últimos escalones con una de mis chanclas enganchada en una rueda (por cierto que al día siguiente vi un puñetero ascensor allí mismo que funcionaba…).
En el patio hay diez puertas. Es de noche y no veo nada. Va abriendo millones de puertas, de esas que se bloquean en los incendios y pesan una barbaridad (están absolutamente obsesionados con el fuego…) y por fin llegamos a mi habitación…
Les tienen ojeriza a las maletas o ke??
ResponderEliminarCristina, menos mal que sé que lo cuentas desde el calor y la seguridad de tu casita que si no salgo volando a tu rescate o llamo a la embajada.
ResponderEliminarEspero el resto del relato, casi asustada.
Si es que Spain ya no es tan different. Quizá ese era el modo en que reciben a l@s españoles. Si fueras alemana todo habría sido más eficiente. Y ahora una manía, cada vez que veo una maleta enorme me da curiosidad de abrirla...Espero la continuación...Tienes mucho arte escribiendo
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